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Archive for the ‘Félix’ Category

Tal día como el 14 de marzo de 1980, la familia del doctor Félix Rodriguez de la Fuente, esperaba ansiósa la llamada de éste desde Alaska donde se encontraba grabando unas carreras de trineos. Cuando recibieron la llamada, no fué la esperada voz de Félix la que escucharon, sino la de alguien que les informó de trágico suceso: Rodriguez de la Fuente y dos de sus colaboradores, Alberto Mariano y Teodoro Roa, habían muerto, sobre las frías nieves de Alaska al capotar la avioneta en la que iban.

Estos días se prodigan documentos de homenaje a Félix. Uno de ellos este que podemos ver haciendo click sobre la imágen.

Que Félix muriése el mismo día de su nacimiento puede ser una casualidad, o puede encerrar algo simbólico. Ya que acaso exprese que hubo algo que  nació , algo que sobrevivió a su muerte. Ése algo es la huella imborrable que dejó en el corazón de muchos españoles.

Un programa de televisión de homenaje que le dediqué hace unos años, pero que, obviamente, sigue vigente como el propio Félix. Lo hicimos en su tierra natal: la noble Bureba burgalesa. Pueden verlo haciendo click sobre la imágen.

Yo mismo soy un ejemplo de ello. Cuando murió el doctor, yo tenía 15 años. Aún recuerdo mis lágrimas aquel día. Y yo no era precisamente un niño blandengue y llorón. Y precisamente desde mis 15 años me hice naturalista de campo, emulando a Félix. Como también mi hermano y como otros chavales que comenzamos a dedicar apasionadamente todo nuestro tiempo a estudiar la Naturaleza. En aquel grupo de chavales que nos íbamos por la estepa a estudiar los mochuelos, los alcaravanes , los pájaros moscones o los cernícalos, estaba, por ejemplo, Juan Carlos del Olmo, hoy secretario General del WWF en España, que era nuestro vecino de las casas bajas militares cercanas. Nos íbamos al pinar de Casablanca, recorríamos la estepa entre las liebres,… y soñábamos con ser como Félix, con nuestros prismáticos y nuestros telescopios. Íbamos con nuestras guías de campo de aves, y nuestro júbilo cada vez que poníamos nombre a una especie nueva debía parecerse al de Adán en el Paraíso cuando ponía nombre a las especies. Era como descubrir el arcano misterioso de un planeta que entonces nos parecía más ancho , más inexplorado, más virgen y salvaje. Los erizos, los carboneros, los herrerillos, las cercetas, los azulones, las culebras de agua o las grandes culebras bastardas, el cárabo que se aposentó en el pinar, la lechuza que criába en la torre, las agachadizas que bajaban al encharcamiento, los trigueros que se reunían en el dormidero, … eran nuestros compañeros, tanto o más que el resto de los muchachos. El viento gélido en el invierno, la lluvia sobre el rostro, la brisa de la primavera, el calor en el tomillar,… calaban en nosotros hasta la médula.

Antes de desatarse ésa pasión yo había sido un gran matador de pájaros y de culebras, de ranas y lagartijas, de todo lo que se moviése. Pero ahora me veía enfrentándome a los otros chavales que iban por allí con sus escopetas de perdigones, o a los que cogían nidos. E incluso a los cazadores adultos que ponían sus redes o iban con sus escopetas.

Y no pasaba un día en que no hubiése aprendido algo sobre las especies, para tener nuevos argumentos en su defensa. No perdíamos ni un minuto en nuestro estudio de la Naturaleza.

Pasaron los años. Ampliamos nuestro radio de acción. Colaboramos en la fundación del GREFA, estudiamos los nidos de las rapaces forestales de los montes de llanura de la provincia de Madrid, anillamos centenares de avecillas migratorias o de pollos de cigueñas en Extremadura, censamos las águilas de Cuenca, o, entre mil y un otras cosas, ocupamos la finca de Cabañeros y ayudamos a salvar la zona que pretendía ser seriamente alterada por un proyecto del Ministerio de defensa y la OTAN.

Y a cada paso, en cada fuente, en cada encina o alcornoque, en cada peña, o en las nieves de las sierras, en el viento y en el rumor del agua,… escuchábamos la voz fuerte y poderosa de Félix. Félix no había muerto. Estaba vivo en nosotros.

Su voz no era la de un orador, sino la de un mago. No convencía, transformaba. Ésa vibración noble, medieval, castellana, de su timbre, hacía vibrar las fibras más profundas. Te sumergía en universos míticos con aquella música de Antón García Abril. Ah ésa música cuando el águila real se llevaba al recental hacia su nido,… Ah, cuando la pobre loba recogía sus cachorros muertos. No eran cosas cualquiera las que se activaban, eran acaso las más profundas, ésas que nos unen a la más auténtica esencia del hombre, que es , al mismo tiempo, la esencia de la tierra. Ya que hombre significa éso: tierra. El hombre y la tierra. La tierra y el hombre. Avivando nuestra pasión más noble, la que nos lleva, como por encargo divino, a ser custodios del Jardín del Edén. Y a descubrir que haciéndolo ayudamos a un tiempo al hombre , ya que no podemos ayudar a la tierra sin hacerlo con el hombre.

Todo éso ayudó Félix a crear en muchos jóvenes. Algo que, en un mundo cada vez más desnaturalizado, a todos los niveles, es cada vez más necesario. Vivimos en un mundo en el que cada vez se pierde más la referencia de lo natural y ello tiene repercusiones de todo tipo: moral, espiritual, filosófico, e incluso de salud pública, a consecuencia del mundo cada vez más sintético en el que vivimos. En el pecado , la desnaturalización, van muchas penitencias insospechadas. Félix, su  espíritu, es parte del antídoto.

Podemos hablar más formalmente. Podemos decir que marcó un hito. que hubo un antes y un después de la aparición de este burgalés atlético ante las cámaras de televisión. Podemos rememorar como comenzó con pequeñas intervenciones (Nuestro amigo Félix, A toda plana, Planeta azul,…) y finalmente sus obras más importantes, como la serie del El hombre y la  tierra. Serie que fué traducida a incontables idiomas y vista en decenas de países. No debe tampoco olvidarse su ingente labor en prensa y radio. Programas de radio como «La aventura de la vida» tuvieron un gran eco. Y en el ámbito editorial qué decir. Su enciclopedia Fauna , de la que se han vendido millones de ejemplares, sigue siendo un testimonio vigente de su calidad como divulgador.

De no haber existido Félix, es evidente que hoy todo sería mucho peor en la relación entre el hombre y la Naturaleza en España. Antes de él buena parte de los españoles vivían de espaldas a la tierra. Él  sirvió de  intermediario, nos tradujo el lenguaje de la Naturaleza y nos ayudó a conocerla y amarla.

No ha habido un sucesor de Félix. Es inimitable.

Ha habido personas que como Luis Miguel Dominguez Mencía, Joaquín Araújo o como, entre otros, yo mismo, hemos trabajado en los medios de comunicación intentando propagar el mensaje de amor a la Naturaleza de Félix. Pero ninguno de nosotros le llegamos a la suela del zapato.

Félix no ha muerto. Mientras exista todo aquello por lo que él luchó el vivirá. Vive todavía en el viento que nos trae el aullido del lobo en Zamora. Vive todavía en los ecos de los testarazos de los machos monteses. Vive en el vuelo de las águilas. Vive en las nieves del Pirineo. Y vive en cada niño que siente en su interior el despertar del amor por la belleza de las criaturas vivientes.

 

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