Mes de mayo , mes de las flores. Mes de erísimos amarillos, mes de rojas amapolas. Mes, también, en el que se engalana una de las plantas más humildes y, a la vez, más importantes de España: la jara.
«Jaras blancas de primavera» diría Antonio Machado, cantor de tantos paisajes, cuando pasaba en tren por el Guadarrama. Blancas, porque blancas son las flores de la más común de las especies de jaras de Iberia, la jara pringosa (Cistus ladanifer).
Ahora los amplios y verdes jarales, de un verde oscuro, están tachonados de blancas manchas que son las de sus flores. La floración, que varía obviamente de unas zonas a otras de España, suele darse de abril a junio.
La jara pringosa es una de las especies de plantas que mayor extensión ocupan en la Península Ibérica. Es una especie pionera que ocupa enseguida los calvijares abiertos en los encinares, cuya distribución geográfica , más o menos, comparten. Se extiende por vastas regiones del centro y sur de España.
Reinos extensos de la jara son vastas zonas de los Montes de Toledo, Sierra Morena, montes de Extremadura, cerros, piedemontes y algunas llanuras del Guadarrama, del Tiétar, de Guadalajara, … Incluso hay topónimos como el de la comarca toledana de La Jara que en su honor han sido basados. Y ya que estamos en el mes de las flores, que es también de Nuestra Señora, decir que hay hasta una advocación mariana que a esta planta alude: la Virgen de la Jara.
Prefieren las jaras la España de granito y pizarra a la de caliza.
Decíamos antes que es especie pionera que ocupa las calvas abiertas en el encinar. Y es que es una especie a la que no le gusta demasiado la sombra. Es heliófila, amante del sol. Y también amante del fuego. No sólo porque el fuego mate los árboles que le dan sombra sino porque éste facilita la propagación y el arraigo de sus semillas que, además, gustan de alimentarse de los nutrientes aportados por las cenizas, sino porque las cápsulas que contienen sus semillas se abren con las llamas. Esas cápsulas llenas de cientos de pequeñas semillas, los «repiones» con los que tantos niños rurales jugaban como si fuesen pequeñas peonzas. Pero el amor al fuego de las jaras se expresa de más formas, ya que algunas especies de jara tienen sus cortezas como deshilachadas, colgando de ellas unas fibras que, con el fuego, no solo arden favoreciendo el avance del fuego, amigo de la planta, sino que vuelan, haciendo que la expansión del fuego sea mayor.
Pero, al mismo tiempo, porque todo en la Naturaleza es paradójico, como es paradójico todo en la sabiduría, las jaras , al ser pioneras que pueden establecerse en suelos muy pobres, irán contribuyendo a la sujección y enriquecimiento de un suelo que hará posible, en parte gracias a ellas, que un día vuelvan a crecer las encinas que las «asombren» (en el sentido de dar sombra).
Dan también los jarales refugio a una fauna numerosa. Convierten los montes en algo más difícil de atravesar, hacen que sea más dificil descubrir a la fauna. En ellos se ocultan los linces, los ciervos, los jabalíes, los zorros,… Recuerdo un día que, caminando por un jaral espeso casi piso un jabalí encamado.
Solemos admirar a los árboles, a los bosques y, de alguna manera, despreciar los matorrales, a pesar de su importante función, a pesar, también de su humilde belleza.
Yo quiero hoy, jara, honrarte. Antes de que se caigan los pétalos, quiero fijarme en tus efímeras flores blancas de cinco pétalos. Esas flores grandes (de hasta 10 cms) que tantas abejas se afanan en visitar, una a una, para hacer una magnífica miel de jara.
Si la Tierra es como una mujer, podríamos decir que la tierra de España, en muchas zonas, no solo se viste sino que también se perfuma con las jaras. Y es que las jaras tienen un aroma balsámico dulzón inconfundible. Un aroma que me es muy familiar y muy querido, ya que fue una fragancia , no sintética y comprada en ninguna tienda, sino dada por Dios a nuestros paisajes, que acompañó muchas de mis pequeñas grandes aventuras de adolescencia. Y no solo porque la respirase, sino porque tras largas caminatas arañándome por los espesos jarales que atravesaba lejos de todo camino frecuentado, me veía impregnado , pringado, de la pegajosa y aromática sustancia que esta planta, la jara pringosa, exuda. Casi podría decir que a través de mi piel pasase a mi sangre y que hoy todavía, muchos años después, algo de la jara corra por mis venas.
Los pastores metían antes a los rebaños de ovejas por los jarales, para que la lana quedase así impreganada y luego recogían con un peinado la sustancia que tenía diversas aplicaciones.
Las jaras liberan una sustancia pegajosa , llamada ládano. De ahí precisamente su nombre latino de Cistus ladanifer, esto es, productoras de ládano. De hecho se las llama también así, jaras del ládano. Esta sustancia se ha usado para jarabes para la tos y, disuelto en alcohol, para linimento.
El ládano, sedante para el sistema nervioso, se usó mucho como calmante, usándose por ejemplo como antigastrálgica y se ha indicado en gastritis, úlceras de duodeno y otros problemas digestivos.
Con todo, mucho cuidado con el uso de estos productos de la jara, pueden ser muy tóxicos, y hay que saber como prepararlos y administrarlos.
Del ládano se extrae también una esencia muy apreciada en perfumería. También se usaba como fijador en cosméticos y en lociones. Lástima que hoy la mayor parte de los perfumes y cosméticos sean sintéticos y petroquímicos.
La jara producía un exudado azucarado que formaba como copos blancos en las cicatrices y heridas de la planta. Algunos lo han llamado «maná de España». Si en la Biblia el maná bíblico parece que era producido por el fresno fraxinus ornus, aquí en España, es como si Dios hubiese querido , quién sabe, darnos otra versión de su alimento divino. Parece que ese «maná» se producía por la picadura de un insecto que hoy debe ser menos frecuente.
También nos han dado las jaras leña y carbón vegetal. Y su madera ha sido utilizada para realizar piezas no muy grandes, pero si muy exigentes en cuanto a la resistencia al desgaste.
Siempre me ha sorprendido que este humilde matorral, pareciendo tan seco, rompiéndose tantas veces como si lo estuviese, conserve hojas perennes.
A tí, jara, creadora de suelos , creadora de bosques a tu pesar acaso. Tú que amas el sol , que al fuego amas. A vosotras mi reconcimiento. A las jaras floridas de los montes de España.
España es, acaso, una jara ruda que su aroma exhala.
Una parte importante de España es un jaral. Y hoy muchos no saben ni lo que es una jara . No saber a qué huele una jara es no saber, pienso yo, a qué huele España. Quien vive en un «matrix» de fragancias sintéticas no sabe ya como huele lo auténtico. Ha perdido el olfato. Doy gracias a Dios, al Dios de los campos de España , por que mi adolescencia y juventud no fuese de play station , de ordenador , de música de tres al cuarto ni de discoteca. Doy gracias a Dios, al Dios de los campos, al Dios de Unamuno, porque mi adolescencia no fuese de vana diversión sino de jaral austero. No quise ser nunca como una estrella del pop o del rock sino como una jara, sobria , dura, llenando de verde laderas enteras. Vosotras jaras , bajo el sol ardiente y la sed, fuísteis mi «diversión». Quien no os conoce no conoce , es al menos como yo lo veo, algo de lo más profundo de la esencia de España.
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